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A mí también me pasa...

En el Grupo de Fortalecimiento de Adultos para la Educación y la Crianza, no hay títulos universitarios colgados en la pared. Tampoco hay diplomas, ni reconocimientos oficiales. Pero hay algo mucho más valioso: sabiduría construida desde la experiencia, desde los días que comienzan entre lágrimas, desde los años vividos con miedo, dudas, amor profundo y resiliencia pura.

En este grupo, todas y todos somos expertos en experiencia. Nos une algo más poderoso que un currículum: el haber sostenido a nuestros hijos en brazos cuando todo parecía romperse.


Una de las preguntas que surgió recientemente en el Grupo de Fortalecimiento fue la siguiente:

“¿A alguien le pasa que su hijo, en cuanto abre los ojos por la mañana, llora, patalea, etc.? ¿Y qué han hecho al respecto?”

La respuesta no tardó en llegar. No vino de una especialista con bata blanca. Vino de una mamá. De una igual. De alguien que también ha madrugado con los gritos de su hijo, que ha contenido, abrazado, llorado y buscado consuelo donde nadie más parecía comprender.

Su respuesta fue simple y hermosa:

“Abrázalo, cántale una canción —de preferencia su favorita— o repítele su frase favorita. Trata de calmarlo. Hazle sentir que mamá está con él. Hay niños a los que les lastima la luz💡. A mí me funciona mucho el té de pasiflora, y cuando Julián está en crisis le canto todas las canciones de Disney hasta que logro relajarlo. Julián tiene un conejo de peluche que lo acompaña a todas partes.”

Esto es lo que hace especial este espacio: No se trata de buscar una solución perfecta, sino de crear comunidad desde la comprensión. De saber que no estás sola cuando no entiendes qué más puedes hacer. De encontrar ideas que nacen del amor, del error, de la prueba y del volver a intentar.

La crianza de un hijo con autismo no se puede vivir en soledad. Y si bien ninguna familia vive el mismo recorrido, hay momentos, emociones, rutinas y crisis que solo otra mamá, otro papá o cuidador puede comprender sin necesidad de muchas explicaciones.

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Las rutinas matutinas pueden ser un gran desafío. Para algunos niños, el simple hecho de abrir los ojos e incorporarse a un nuevo día implica una transición abrumadora. Pueden sentirse desorientados, irritados por los estímulos sensoriales como la luz o los sonidos, o simplemente incapaces de comunicar qué les duele, qué les incomoda o qué les asusta.

Por eso, el acompañamiento amoroso al despertar puede marcar toda la diferencia.

Un abrazo, una canción, una frase conocida, un objeto de apego, incluso una infusión relajante (siempre consultada con profesionales, claro), puede ayudar a ese pequeño cuerpo y cerebro a aterrizar suavemente en el nuevo día.


Y mientras tanto, también nosotras necesitamos acompañarnos entre nosotras. Escucharnos sin juicio. Decirnos: “a mí también me pasa”. Porque muchas veces, el mayor alivio no es encontrar la solución exacta, sino sentir que alguien más ya ha estado ahí, y logró salir adelante.

Desde aquí, honro a todas esas madres y padres que, con su voz, su ternura y sus pequeños grandes trucos cotidianos, hacen posible que más familias se sientan menos solas.


Lola Hernández Gallardo

Consejera Familiar y Educativa

Fundadora y moderadora del Grupo de Fortalecimiento para Adultos: Si me cuido te cuido mejor (https://www.lolahernandez.org/grupo-cuidadores)

 
 
 

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