Sé que “hay algo en mí que decide por mí”. Una verdad oculta que decide y de la que tengo que vaciarme para que pueda materializarse mi deseo del alma.
Hace algún tiempo, mi deseo del alma era ser testigo visual de cómo mi hijo adulto (28 años) con autismo se montaba en su auto, cargado de maletas y de ilusiones, al igual que su hermano menor, para irse de viaje con sus amigos, conocer el mundo, estudiar lo que se le diera la gana, experimentar dificultades, saber afrontarlas y, cuando no supiera cómo, tomar su celular y pedir guía a papá. Y, cuando fuera necesario, refugiarse bajo el ala de mamá por un momento más.
Ese deseo del alma nunca se materializó, nunca se hizo realidad. ¿Y por qué no? Porque había una verdad oculta en mí, porque yo soñaba algo que NO era mío; era producto de lo que mi cultura, las normas familiares y sociales en las que fui criada marcaban como lo que “debe ser” para considerar que una es buena madre o buen padre. Y de esa manera, los hijos muestran su inteligencia, madurez y agradecimiento al esfuerzo de los padres.
Tuve que generar un nuevo deseo del alma que me ayudara a poder ser una guía que ama con pasión a ese hijo que, al igual que el Robot Salvaje, está diseñado y programado para hacerme pensar, para convertirme en una mujer más observadora y entender cómo funciona su cerebro y su corazón. Un Robot Salvaje que no le encuentra sentido a lo que para mí tiene sentido, que necesita procesar cada acción, cada movimiento y palabra con su tarjeta de programación para poder darle un significado “socialmente funcional”.
Decidí tatuarme en las células que debo aprender a escuchar a través de su silencio, de sus gritos, de palabras que traduzco en agresiones y de sus frases que no conocen la sintaxis, porque estas son parte de sus herramientas de comunicación con el mundo. Y en ocasiones, son la manera en la que él está gestionando sus experiencias difíciles, que no logra entender y no sabe cómo acomodar dentro de sí mismo. En muchas ocasiones, yo tampoco sé cómo acomodar la información que obtengo de él. Me ayuda cuando hablo con otros padres y madres y conozco sus experiencias, cómo le dan sentido a lo que viven con sus hijos. Me sirve llorar con ellas y con ellos, reírme también y, sobre todo, me sirve escuchar y que me escuchen.
Hoy tengo un sueño más, y ese sueño es que todas los y las cuidadoras del mundo mundial puedan encontrar esa tribu que yo encontré, en la que me refugio y muchas se refugian junto conmigo.
Te invito a unirte a nuestra tribu, vente a reír, a llorar y a darle sentido a lo que no comprendes. Juntas lo resolveremos. Me encantará caminar este sendero hombro con hombro contigo. https://www.lolahernandez.org/grupo-cuidadores
Lola Hernández Gallardo
Consejera Familiar y Educativa
Cuidadora de cuidadores
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